martes, 30 de agosto de 2011

Recuerdos de adolescencia

Ayer tuve la necesidad de pasar por el que durante mi infancia y adolescencia consideré mi pueblo. Tantas y tantas cosas que tuve la oportunidad de vivir allí. El mejor lugar donde pasar los primeros años de vida es, sin duda, el campo. Las merendolas alrededor de una charca, subir árboles y riscos, la bicicleta hasta las 9 de la noche, las casetas de campaña a un par de metros de una pequeña hoguera. Luego llegó el voley, los campeonatos, las rodillas ensangrentadas por coger balones imposibles sobre el suelo de una cancha descubierta, la satisfacción del trabajo bien hecho. Un par de años de bachillerato bastaron para cambiarlo todo. De repente, todo se me quedaba pequeño. El viaje a Madrid se tornó inevitable, tan natural como cumplir los 17. Pasaron los años y encajé en la nueva ciudad como un guante. Ayer tuve que pasar por el pueblo, y me di cuenta de que todo había cambiado.
¿No han paseado nunca por zonas en las que todo son caras conocidas? Caminas hasta con cautela, no vaya a ser que te encuentres con gente que no deseas. Demasiados conocidos por kilómetro cuadrado. Para tu desconsuelo, te das cuenta de que, en realidad, tienes un miedo atroz a encontrarte con gente a la que debes una disculpa. Estupideces adolescentes vuelan en el aire y llegan a tu memoria con la fuerza de las verdades inapelables. Parecen ya anécdotas de una persona que apenas puedes reconocer, de una persona que fuiste y ya no eres. Sin embargo, hay que cargar con las responsabilidades. Fui yo, al fin y al cabo, quien erró. Mis más sinceras disculpas para todo aquel que tuvo que cargar con mi inmadurez adolescente.  Amigos, amigas, novietes y compañeras de equipo, disculpen mi inexperiencia vital, mi intolerancia hacia sabiduría ajena, mi repulsa hacia los sentimientos de sincero afecto.
¿Y a qué viene todo esto? Pues a que me gustaría que muchos de los que me escuchan miraran hacia atrás y reconociesen su culpabilidad en males de terceros. No hay nada de humillante en pedir perdón. Mou, querido Mou, si me estás oyendo, recoge mi mensaje. Vete, por favor, y, después de reflexionar, pide disculpas por todo el mal que has hecho a mi equipo.

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