viernes, 19 de agosto de 2011

Con porras y a lo loco


Todos tenemos derechos. Unos se respetan más que otros. A unos se les respeta más que a otros. Sin embargo, todos tenemos derecho a decir lo que pensamos.  Pero, a ojos vista está, que los católicos tienen mayor derecho que los que se consideran ateos o agnósticos para hablar en este país. Patética me parece la actuación policial contra la manifestación laica en Madrid. Los peregrinos que vienen a ver al Papa, a lo cuales respeto, no sufrieron ninguna carga. Ellos pudieron exponer sus ideas, vitorear al Papa y animar a una institución que cree la homosexualidad una enfermedad o el aborto un pecado.
Adelante, ellos mismos. Nadie llegó con porras y mala leche a echarlos por sus ideas. Ahora, llegan los laicos y hala, fuera de allí. ¿Alguien vio las imágenes de la carga policial? Lamentable. Cosas que se veían en el franquismo aún no están del todo desterradas.
Si me encontrara entre el grupo de gays, lesbianas o transexuales y me llamaran enfermo mental por toda la cara, yo sí que le habría dicho un par de cositas bien explicadas a su santidad. El hecho de besarse frente a los que les insultan con la sola mirada puede verse como una provocación. Lo malo es pensar que el beso de dos personas que se aman es una provocación. Es una evidencia de libertad sexual. Algo que yo veo tan normal como los coches que pasan por el Paseo de la Castellana. Algo que, a ver si los católicos lo entienden, da fe (y nunca mejor dicho) de la salud de una sociedad madura.
Pero es evidente que de madura nuestra sociedad no puede presumir. ¿Por qué diablos se desaloja a los laicos y no a los que, de forma libre, expresan su religiosidad? No estoy diciendo que haya que sacar a manporrazos a los católicos, sino todo lo contrario: que los ateos tienen el mismo derecho a estar ahí que ellos. Debemos construir un país en el que se respete cualquier religión, así como cualquier “no religión”. 
Yo mientras sigo con mi ciencia, la única que me permite el lujo de la duda, llamándola hipótesis, y la certeza de que todo puede cambiar.

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