Aunque no lo crean, aunque cada día me enerve más y más con este mundo que nunca acaba de enloquecer y enloquecerme, aunque me queje de la carga policial contra el movimiento 15M, aunque crea que el Consejo de Seguridad de la ONU no sirve para algo más que para dar dinero a determinados países, aunque afirme que en la humanidad algo falla cuando tenemos a los somalíes con eternas hambrunas; aún con todo eso, soy una persona de lo más alegre. Lo prometo. Siento despertarles cada mañana con una crónica de lo más sombría. Pero soy divertida. En serio. Jonás se parte de risa con mis chistes y mis estupideces. Mis padres no creen haber podido crear un ser a la vez tan optimista y elocuente como realista y clara.
Pero todo lo que he aprendido de la vida, en la poca que llevo en mi currículum veinteañero, es que cuanto peor se ponen las cosas más ocasiones debemos encontrar para sonreír. Hay momentos en los que incluso una tía tan simplona y feliz como yo se derrumba. Yo también caigo en contemplaciones improductivas que me llevan a mojar la almohada con lágrimas de rabia y desesperación. Pero es ahí donde está el momento de mejorar. Cuando has llegado al momento más triste, al más absoluto desconsuelo, solo queda subir. Luchar contra la inercia de pensar que no hay nada que hacer en este planeta que se va al traste es lo único que puede generar verdaderas oportunidades.
Como sabrán, me gusta la biología. Y si algo he aprendido de la evolución es que las crisis, las catástrofes, traen consigo, además de las mayores desgracias, las mayores oportunidades para las ideas nuevas. La naturaleza se ve obligada a redibujar sus diseños y adaptarlos a nuevas condiciones.
Rediseñemos la vida, la sociedad, el mundo. Y todo puede empezar por pintar una sonrisa en la cara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario