viernes, 29 de julio de 2011

No, gracias

Fueron muchos años jugando al voley. Tengo tantas anécdotas como cicatrices en las rodillas. Las canchas descubiertas son el mejor lugar para aprender ese maravilloso deporte. Si consigues que la lluvia o el viento firguense no afecten a tus saques, ya puedes jugar en cualquier parte. Los valores que allí recogí son de incalculable valor. Responsabilidad, sacrificio, fuerza y valía se conjugan en niñas de once años hasta convertirlas en anticipadas adultas. Cuando disputan campeonatos de España desde los 10 años no hay vuelta atrás, la niña se transforma en mujer dentro de la cancha y solo cabe llorar de rabia.
Como ven, mi ansia por el deporte comenzó temprano y con fuerza. Pero fue en el equipo donde me sentí rechazada por primera vez, aislada por un grupo de niñas jugando a niñatas. Con demasiada inmadurez mis amigas comenzaron a llevarse cigarrillos a la boca. Una estupidez que se puede llevar a cabo a todas las edades, pero que resulta fatal en época de cambio hormonal. Yo siempre lo tuve claro: no, gracias, me encantan mis pulmones. Los corrillos se formaban ya sin mi presencia y pasé de moda como los pantalones de campana. Hoy por hoy, mis pulmones siguen igual de fuertes y palpitantes. Los de algunas de mis ex-compañeras han quedado reducidos a cenizas. El tabaco es una droga, y es capaz de acabar con la vida de miles de personas sin remordimiento alguno. Un asesino silencioso que se inmiscuye en la vida social para, no obstante, acabar con ella.
Porque el tabaco es una droga como cualquier otra. No solo debemos pensar en las que tomaba Amy Winehouse. De diva en los escenarios a criar malvas. Personas que son capaces de tenerlo todo y no aprovechar nada. La autodestrucción es la peor manera de vivir. Lo único que no comprendo es eso de convertirla en un mito. Las personas siguen siendo como eran después de muertas. Con sus fallos y sus virtudes. No tenemos por qué subirlas al nivel de santos solo por el hecho de acabar donde acabaremos todos. Amy Winehouse llevó una vida de pena, por mucho que cantara como los ángeles. Pero el demonio que tenía dentro, el que controlaba todos sus actos, ese llamado droga, acabo con las canciones.
Muchos acaban así. Pero yo en lugar de colocarles el título de venerado mito, les pongo el de pésimos distribuidores de su propia felicidad.

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