viernes, 29 de julio de 2011

Hijos de la humanidad

En ocasiones debe ocurrir una desgracia para darnos cuenta de la realidad latente con la que evitamos enfrentarnos. He sido testigo de personas con una férrea intención de no enamorarse, un pánico terrible a tener pareja que termina con la huida del potencial amado o amada por la no tolerancia a la  falsa indiferencia. También conozco casos, bien conocidos por todos los presentes y oyentes, en los que una muerte es la certeza de una adicción a las pastillas, ya sean para dormir o para soñar. En todo caso hablamos de desgracias evitables siempre y cuando se mire al problema de frente cuando se debe.
Quizá parezca que ahora procedo a cambiar de tema. Pero no. Sigo comentando desgracias tan funestas como desagradables, tan trágicas como esquivables. Porque ese es el caso de Europa.
Nuestro continente es hermoso. Tiene historia, tiene arte, tiene cruentas guerras que olvidar y mucho filósofo que recordar. Hace unos días hablando con mi más fiel y afectuoso compañero de esta batalla que es la vida, comentábamos las alabanzas americanas a nuestra Europa. No obstante, hay cosas que rozan la ficción. Muchos americanos creen que los europeos vamos por ahí pintando con una boina en la cabeza, componiendo canciones a los cuatro vientos, bailando tango en las aceras y cocinando maravillosos platos de pasta. No. Somos guapos y estupendos, pero no hay que pasarse. Los europeos somos como todo lo demás para la primera potencia mundial: exóticos. Aquello que no sea Coca-cola y Bicmacs suena extravagante y atractivo a oídos de los paisanos de mi querido Woody Allen.
A lo que iba, Europa. Sumidos en una crisis cuya salida no acabamos de encontrar en este laberinto de rescates y euros a la baja, no nos damos cuenta de que se nos va agriando el carácter. Este pozo sin fondo no puede ser culpa nuestra, dicen muchos de los políticos que ahora surgen de las profundidades del siglo XX. Una sentencia muy bien acogida por las mentes retrógradas. A todo el mundo le gusta echar la culpa a los demás de los problemas propios. De esta forma, los grupos xenófobos y racistas, que parecían estancados en la década de los 40, levantan el dedo acusador hacia el multiculturalismo. Los especuladores y el sistema no tienen nada que ver, según estas mentes poco privilegiadas; lo perjudicial para ellos es la contaminación de la cultura. Basura estúpida y con poca perspectiva, xenófoba y racista. Europa está llena de gente que ha tenido que emigrar en un momento u otro de la historia. Todos somos mezcla de. Si no, que se lo digan a Hitler.
Un giro a la extrema derecha de Europa. Francia, Suecia y países respetados con una población enloquecida por la falta de dinero en el bolsillo. Un tío chiflado y extremista que mata a tiros a quien se le ponga por delante quizá es la desgracia que nos permita escudriñar el fondo del problema. Señoras, señores, ciudadanos todos del mundo, hijos de la humanidad, no cometamos el error de culpar a los demás de nuestros problemas. Porque siempre en algún lugar nosotros somos los demás.

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